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A la una de la madrugada del 18 de febrero de 2007, en una sala de la calle General Zuvillaga, se terminaba de proyectar Infiltrados (2006), película que luego recibiría cuatro premios Óscar. Un fundido a negro que sería para siempre: cerraban los cines Brooklyn, los últimos que quedaban en el centro de la ciudad después de que todos los demás hubiesen languidecido con el tiempo. Se cerraba así un capítulo de la historia de Oviedo en el que el séptimo arte tenía templos como el Santa Cruz o el Palladium. Aquel cine de la Cadena Clarín, que fundaran Antonio Robles y José María Fernández, había abierto sus puertas en 1980 con dos salas de 750 butacas y, en la cartelera, Un Toque de Distinción (1973), de Melvin Frank, y La Luna (1979), de Bernardo Bertolucci. En 1996 se amplió, pasando a contar con cinco salas y mil butacas más. Antes fue garaje, después supermercado y ahora un local vacío. Estaba bellamente decorado por el célebre interiorista mierense Chus Quirós, que remodeló pubs como el Pick Up. Carlos del Cano era uno de sus habituales: guarda una colección de entradas con fecha y comentarios. Son cerca de doscientas. Todas me traen buenos recuerdos, incluso las que puntuaba con un cero rotundo, asegura. Se pierde en la añoranza: Los Brooklyn eran territorio de los ochenta, y eso se notaba en un diseño que parecía sacado de un cómic, paneles enormes de vivos colores, luces juguetonas y esos baños que daba pena utilizar de nuevos. En su libro Historias del Ocio de Oviedo, Del Cano recuerda que estos cines funcionaban casi de continuo: Sesiones de mañana, tarde noche y madrugada (la sesión golfa). Ahí se estrenó TITÁNIC (1997). También apostaba por el cine menos comercial, proyectando incluso cintas en versión original subtitulada. Allí, escribe Del Cano, «un joven y apenas conocido Pedro Almodóvar presentó en la sala 2: Pepi, Luci, Bom y Otras Chicas del Montón, una película irreverente y provocativa que acabaría convirtiéndose en un clásico del cine español». El colaborador de EL COMERCIO Luis Arias Argüelles-Meres también disfrutó de muchos filmes en los Brooklyn. Allí vi una de las películas que dejaron en mí mayor indignación: El crimen de Cuenca (1979), por cuyo trabajo la directora, Pilar Miró, tuvo problemas con justicia militar. Nunca olvidaré el mal sabor de boca que sentí por la calle, rescata de su memoria». Otro recuerdo preciado es posterior: «Dio mucho que hablar la película que se hizo sobre Gandhi en 1982, todo un llenazo había en la sala, y, a la salida, recordé el ambiente que se creaba entre las gentes más sesudas en el Paladium. Las generaciones más jóvenes también disfrutaron allí de películas icónicas de los últimos años noventa y primeros dos mil, como la primera trilogía de Star Wars o Pokémon. Los más pequeños, sentados en sus características alzas rojas de plástico para poder ver bien la pantalla, aunque no era muy difícil debido a la pendiente descendente de las salas. Otro asiduo de este cine era el concejal Roberto Sánchez Ramos, RIVI, que tenía un amigo maquinista. Disfrutaba sobre todo la post-película con los amigos. Recuerdo las largas colas y el olor de las salas. Considera el edil de Cultura que «hay condiciones objetivas para que haya cine en las ciudades». Pone como ejemplo uno de los ciclos de cine impulsados por la Fundación Municipal de Cultura, ITALIA EN TIEMPOS DEL FASCISMO, que llenó las 750 butacas del Filarmónica. Pero los aficionados quieren más. «Malos presagios pueden hacerse cuando en el centro de las ciudades, desaparecen los cines y se van cerrando librerías», concluye Arias. No consta ningún proyecto para abrir en un cine comercial. El corazón de Oviedo se queda sin una ventana a Hollywood.

Terxto obtenido de la web Elcomercio.es

Colaborador: Paco Moncho